Asesino por naturaleza

En estos días sin revisar el Facebook, la movida de Agustina había seguido creciendo.
Además de las bardeadas de siempre, se sumó la palabra «asesino».
Se me paró el corazón. No lo puedo creer. Es el comienzo del fin. No falta mucho para que alguien sume dos más dos  ¿De qué lado puede venir el quilombo?  ¿Isidoro? ¿Miriam?¿Los narcos? ¿La pendejita? ¿El Tano? ¿El marido de Sasha? ¿El pelado? ¿El laucha?
Tremenda la cantidad de gente que me cargué…

Los mensajes remiten a un tal Raúl. Según su muro, es comerciante, vive en Capital y tiene dos pibes, uno en silla de ruedas.
Hay algo en la cara del paralítico que se me hace conocido…
Al otro también lo tengo visto.

Soga al cuello

Arranqué el día con un buen humor que era muuuuuuuuuuuuuuuuuuy raro para ser un lunes. El haber descubierto que el alcohol era la clave para activar mis «poderes» me tuvo contento buena parte de la mañana.
No me importó viajar para el culo o que me mataran con el laburo. Incluso me vino a hablar la bola de grasa; estaba preocupada por que no se había podido comunicar con Sasha desde el viernes.

– Por mí que se vaya bien a la concha de su madre. No soy boludo, sé como me estaban descansando.

Camila se quedó en blanco; parece que tanta sinceridad era perjudicial para la salud. Antes de proseguir, tuvo que tomarse un instante para reordenar sus ideas.

– A ver… Eso fue una joda ¿Okey? Ahora hablamos de algo serio – A medida que hablaba el ceño se le iba frunciendo más y más – Lo llamo y el marido no sabe dónde está. Vos fuiste el último que la vio ¿No te dijo nada?

– No. Y por mí que se la coja un camión repleto de negros sidosos – Le tiré sacado y me fui.

Sabía que el guampa estaba mintiendo. Y, la verdad, espero que la haya reventado por hija de puta. Pero, por que siempre hay un pero, la gorda me hizo caer en que estaba muuuuy pegado.
Imaginense si la cana secuestra su celular y escucha los audios. Después de las movidas que anduve haciendo, lo que menos necesito es tener a alguien respirándome en la nuca ¿Cuánto faltaría para que sumaran que Isidoro fue compañero mío y que iba al secu con el Tano? Miriam capaz le había hablado a alguien de mí y los pibes de «la novia» de Isidoro me habían visto la geta.

Al momento de escribir estas palabras me estoy preparando para ir al depto de Sasha. Por si las dudas, me clavo una birrita…

Pasado y presente

Y ahí estaba, revisando las cosas de los fiambres. Mientras los celulares se habían quedado sin batería hace rato (Mejor, no quería que me vuelva a pasar lo del sábado),  la plata todavía seguía apareciendo en algún bolsillo olvidado. En total junté más de quinientos pesos. Nada mal.

Al mismo tiempo, aproveché para quemar en la hornalla todos los documentos que traían encima. No quería que quedaran pruebas de que estuvieron acá.

Solamente faltaba sacar los cuerpos del armario. Estos días guardados habían tomado olor, así que iba a ser muy difícil sacarlos del edificio sin que nadie se diera cuenta. Apelé a mi creatividad lo mejor que pude y los rocié con desodorante de ambiente. Gasté todo el pomo prácticamente y créanme que no son baratos.

Esperé pacientemente hasta que pasaran las dos de la mañana y bajé la primera bolsa. Tardé bastante por que Isidoro  pesaba mucho, pero al menos tuve la suerte de que en este edificio no hay portero.

La parte arriesgada fue cargarlo en el baúl del auto. El forro tenía un montón de porquerías ahí atrás, así que me tuve que tomar el tiempo de sacarlas todas. Lo único que guardé fue un Johnnie Walker etiqueta azul que estaba sin abrir.

Llevar a Miriam fue un poco más fácil ¿Se imaginan se hubiera matado a alguna de las gordas que me suelo garchar? Lo más barato que sacaba era una hernia.

En un momento creí escuchar que la puerta de la evangelista concha seca se entornaba, pero debió ser mi imaginación. Esa puta se dormía a las nueve de la noche y ya estaba arriba tipo cinco.

Mis años de Tetris me ayudaron bastante a la hora de acomodar bien las bolsas y arranqué el auto con mucha tranquilidad. Tengo que reconocer que, pese a la situación de mierda, la noche estaba hermosa. Es increíble como cambia la ciudad cuando le sacas a esa gente de mierda rompiendo las bolas por todos lados.

Era la primera vez en mi vida que podía elegir qué radio escuchar. En honor al tiempo perdido opté por los clásicos y  empezó a sonar Smooth Criminal de Michael Jackson. Todavía me parece que fue ayer cuando me pasaba todas las tardes viendo videoclips en MTV con mis amigos del cole. Esas sí que eran buenas épocas.

– ¿… Y cómo llegué a esto? – Pensé en voz alta al mismo tiempo que miraba de reojo el espejo retrovisor.

Me tomé un momento para recordar la persona que era hace unos meses atrás; lo que pensaba, lo que sentía, lo que quería. Jamás me di cuenta del cambio, me pareció tan natural todo…

– Estoy enfermo – Acepté con un dejo de tristeza.

La persona que fui jamás hubiera matado a cuatro personas, y mucho menos a un nene de seis años. Y lo peor de todo es que seguía sin importarme.

¿Cuál fue el momento donde todo empezó a cambiar? ¿Cuando me pasé de papa el viernes? ¿La enfiestada con el trava?  ¿O cuando el «estrés asesino» se dividió en el «depresismo» y la «sex machine»? No, venía de antes…

– El golpe.

De alguna forma el accidente le había hecho algo a mi cabeza; una lesión que salteó todos los controles y revisiones médicas.

Al menos ahora era consciente de todo y sabía lo que no tenía que hacer. Por más que me volviera un Dios del garche, la «sex machine» era demasiado peligrosa y no iba a volver a usarla nunca.

 

Esquivé todos los controles policiales y llegué hasta el río de Vicente López. Había una muralla pequeña muralla que impedía el paso de los autos, así que tuve que estacionar. Hacía un frío de cagarse. Le di un beso a Johnnie y bajé la bolsa más pesada. 

Arrastré a Isidoro por casi doscientos oscuros metros hasta que por fin pude tirarlo a la orilla del río. Después fui por su compañera, pero vi pasar a un auto que podía o no ser un patrullero. Me tiré al suelo y dejé que mi campera negra sirviera de camuflaje.

Una vez que estuve solo nuevamente, arrastré el último paquete y lo tiré al agua. Antes de irme le dediqué una última mirada a la luna reflejada en el río. Nunca fui un romántico, pero no hubiera estado mal compartir esa imagen con alguien. Quién sabe, capaz Miriam hubiera sido la afortunada. Lo que era seguro es que ahora solo iba a intimar con peces y gusanos.

El viaje de vuelta fue tranquilo. Dejé el auto estacionado en una calle al azar y usé la plata de los cadáveres para pagarme un tacho a casa.

Mamá del corazón

Decidí dormir un par de horitas y me levanté a la madrugada del sábado. En mi mesa de luz tenía las billeteras, celulares,  documentos y cédulas de Miriam e Isidoro y las llaves del auto de este último. Sabía lo que tenía que hacer, pero no estaba seguro si el día de la semana cuando todos salen de joda era el mejor momento. Háganme acordar que la próxima vez que asesine a alguien sea un lunes o un martes.

Mientras picoteaba unos sandwichitos de salame y queso, me tomaba una birrita y jugaba un rato a la Play, me puse a reflexionar sobre lo grave de la situación. Lo cierto es que todavía me estaba recuperando del saque y la resaca y, tratándose de algo tan serio, hacía falta estar lo más lúcido posible.
Supuse que tenía unos cuantos días más hasta que alguien se dieran cuenta que faltaban; al igual que yo, eran dos pedazos de mierda que no le importaban a nadie.
Sin embargo, por más buena onda que le ponía, mi capocha se esforzaba en hacerme la contra. Vi suficientes películas para saber lo que le pasa a un blanquito como yo si cae en cana: Me van a volver el Messi del juego del jabón y, probablemente, me desgarren en el primer partido.
Un escalofrío recorrió mi cuerpo de pies a cabeza. Empecé a sentir que todo me iba a salir mal. Junto con mis lamentos todo empezó a temblar. El «depresismo» estaba pasando de nuevo.

Un sonido repentino me devolvió a la realidad. Se trataba de un tema de Pitbull y venía de mi cuarto ¿Isidoro habría vuelto como fantasma y ahora tocaba reggaeton? No, era su celular; lo llamaba una minita que, según la foto, estaba bastante potable. No sé porqué, pero la atendí. Resulta que era una especie de «novia» de mi compañero y la había dejado plantada. La mina estaba tan despechada como borracha y, sin insistirle mucho, me tiró la onda de que la vaya a atender. Sabía que no era una buena idea, pero la verdad es que con la suerte que tengo no podía rechazar un polvo así de regalado.

Me puse lo primero que encontré, agarré las llaves de Isidoro y me fui con su auto. El boludo siempre se hacía el canchero de lo bien que escondía la merca en el asiento del auto, así que me fijé y efectivamente había un poco. La noche estaba en pañales.

La minita vivía en la loma del orto, pero hacía mucho que no manejaba, así que disfruté bastante el viaje. Era una pena que en un par de días tuviera que hacer desaparecer ese auto. Con lo caros que están hoy en día, lo más probable es que nunca pudiera tener uno propio.

No tuve mucho problema en encontrar dónde estacionar (Era una zona oscura, horrenda y peligrosa) y le toqué timbre. Era una casa venida a menos, donde la mina vivía con sus dos pibes.

Hablamos un rato, me dio de escaviar y nos terminamos encerrando en su cuarto. Bastaron dos saques para que le sacara ropa y me la empezara a garchar con toda la potencia de la «sex machine».

Al principio me pidió que no haga ruido (No quería despertar a los dos nenes), pero al final terminó gritando como la flor de puta que era.

La adicción a mi pija se fue extendiendo por todo su ser hasta que no se contuvo más y me entregó el orto. Para ser una negrita villera con dos pibes, tenía bastante buen pavo.

En eso se entornó la puerta y se asomaron los hijos de la mina. El más grande no debía tener más de seis años. Los dos se quedaron paralizados, sin saber cómo reaccionar. La mujer los vio también, pero era tan grande el placer que le estaba dando, que decidió ignorarlos y seguir gritando.

– Mamá ¿Te pasa algo? – Se animó a decir uno, temeroso.

Tal como me pasó cuando me cogí al trava y cuando maté a Isidoro, la adrenalina me dominaba. Sé que les parecerá enfermo, pero que los dos pibitos esten mirando como me cojo a la madre me re calentaba.

El más chiquito sencillamente se puso a llorar y yo no podía dejar de reírme. Me volví verdaderamente loco.

– ¡Me duele! – Me empezó a decir la mina mientras se le desdibujaba la sonrisa.

– ¡Cállate puta! – Le contesté y le pegué trompadas en la cabeza.

Y así es como de un momento al otro, y sin darme cuenta, le terminó pasando lo mismo que a Isidoro y Miriam.

– Se me fue la mano otra vez…- Observé ligeramente preocupado al mismo tiempo que sacaba mi pija cubierta de sangre de su culo.

Los nenes, desesperados, se acercaron a la mujer. Ella no reaccionaba.

– ¡Mamá! ¡Mamá! – Gritaban cubiertos de lágrimas.

En ese momento me sentí un pelotudo; ni salía de un problema que acababa de meterme en otro. Para colmo, los pibes me habían visto la jeta ¿Qué iba a hacer con ellos?

– Chicos… tenemos un problema – Les dije a dos sin mirarlos a los ojos mientras me prendía un pucho.

Uno de ellos (El grande) se me tiró encima totalmente sacado. Lo bajé de una trompada y quedó como la puta de la mamá.

El otro, mucho más vivo, aprovechó el quilombo y salió corriendo. Lo seguí en pelotas hasta el pasillo, pero el hijo de puta se fue a la calle y yo estaba más duro que el maestrulli. Para colmo ya estaba empezando a amanecer y en cualquier momento la calle se llenaba de viejos.

Me vestí lo más rápido que pude, agarré el coche y salí arando.

Fue un alivio cuando llegué a casa.

Definitivamente no tomo más coca hasta que arregle todo este quilimbo…

Tres tristes tigres

Miriam apareció en mi puerta un poco más sencilla que la última vez que la vi; se notaba que no me consideraba una razón importante para matarse produciéndose. Si bien fue un golpecito para mi ego, en un rato nada de eso iba a importar: Le iba a abrir las patas como a un pollo crudo y la iba a cocinar a fuego lento.

Rápidamente nos pusimos a escaviar y la cosa volvió a ser tal y como la habíamos dejado. Sin embargo,  esta vez chupó de más y soltó algunas verdades incómodas: Hacía dos meses que se había separado (Obviamente por cornuda) y desde entonces nadie se la había podido coger bien. Su ex, aunque era un hijo de puta, tenía flor de pedazo y le dejaba la concha más mojada que un tsunami.

Mientras a ella se le hacía agua la boca recordando los polvos del pasado, yo me acordaba de como había dejado a ese pobre trava. Esta hija de puta no sabía la noche que le esperaba…

Aguanté el momento justo y saqué la vitamina. Miriam se recontra entusiasmó y se la aspiró toda (No era mucha). En ese momento supe que estaba verdaderamente jodido: Por un lado, tenía que lucirme con esta hija de puta y por el otro, acababa de perder mi única posibilidad de usar la «sex machine».

Me hice el pelotudo lo mejor que pude y mientras ella se empezaba a rosquear, yo me encerré en el baño con el celu y llamé a Isidoro.

– Es una urgencia. Necesito merca ya – Le pedí sin tapujos, casi exigiéndoselo.

– ¿Qué me viste, cara de supermercado?

– Dale, boludo. Tengo a una mina acá en casa y necesito vitamina para garchámela.

– ¿Está buena? – Preguntó interesado.

Era claro que si no sacaba algún rédito, no iba a mover un solo dedo para ayudarme. Fue duro y me dio por el forro de las pelotas, pero quedamos en que si me traía la merca le entrabamos entre los dos.

Salí del baño y volví a charlar con Miriam. Tenía media hora, más o menos, para convencerla del trío.

– ¿Y? ¿Alguna fantasía?

– ¿Cómo qué?

– No sé, qué sé yo… Cogerte dos tipos, ponele.

Se tomó algunos segundos para pensarlo.

– Prefiero un buen negro. Dicen que la tienen re gruesa…

Créanme que consideré como una opción válida pintarme con un carbón.

Seguí metiéndole fichas una y otra y otra y otra vez sin resultado, hasta que finalmente sonó el timbre.

–  ¿Esperas a alguien? – Preguntó con un dejo de desconfianza, mirándome como si fuera alguien peligroso. Desde hacía rato mi insistencia ya le resultaba sospechosa.

No supe que contestar, así que no dije nada. Simplemente me limité a abrirle a Isidoro por el portero eléctrico.

Como pasa a veces, la merca hizo que Miriam se persiga y no saben cómo… De golpe flasheó que la quería para trata de blancas o para robarle lo órganos.

– ¡Abrime! – Gritaba desesperada.

– Cálmate, estás tirando cualquiera – Le respondí también un poco nervioso.

Pasara lo que pasara, no podía perderme ese polvo: Un buen garche en buena ley era todo lo que necesitaba para cambiar definitivamente mi racha.

Cuando todo parecía perdido, Isidoro abrió la puerta. Al principio fue incómodo, pero mi compañero supo como llevarla. Hay que reconocer que el hijo de re mil puta tenía muy buen chamuyo.

Copa va, copa viene y los dos se pusieron a apretar en mi sillón. La verdad que no me gustó ver como ese buitre atacaba mi comida, pero necesitaba activar sí o sí.

Agarré la vitamina, me encerré en el baño y así como vino me la clavé. Creo que nunca había tomado tanta y tan de golpe, pero la situación lo requería.

Lo que pasó después fue indescriptible ¿Se acuerdan la fuerza que saqué cuando me cogí a Carla y a Monique? Bueno, imagínensela ¡Por diez! Para empezar, la verga se me puso dura y rígida como un mástil; tanto que el pantalón apenas podía contenerla. Además, el cuerpo no me paraba de temblar y me chorreaba la baba. Aquel día me podría haber garchado un hipopótamo si hubiera querido.

Fui corriendo de vuelta al comedor con la pija al aire y me encontré con que Isidoro ya se la estaba cepillando. Quise sumarme a la fiesta pero la hija de puta no me daba bola. Se la metí en la boca, pero me la sacó. Probé hacerle el otro mientras el otro le daba por adelante, pero Isidoro se quejó:

– ¡Dale, forro! ¿Queres espadear? ¡Andá a Amérika! – Me gritó sacado al mismo tiempo que le mordía las gomas.

Aunque cueste creerlo, tuve un momento de lucidez y se me ocurrieron dos posibles caminos: O lo sacaba a patadas y me la violaba o esperaba que termine y le entraba tranquilo. Si la cosa se ponía violenta, lo más probable es que la espantáramos y nos quedaramos sin el pan y sin la torta.

Esperé sentado como un duque inglés (Con la japi parada, venosa y dolorida) mientras veía como Isidoro iba lecheando todo lo que, se suponía, iba a atacar yo después. Pensé en decirle algo, pero como con una duchita rápida se arreglaba, me la guardé.

Cuando finalmente terminaron (¡Ya era hora!), Isidoro se quedó fumando faso en bolas en mi sillón.

– Ahora me toca a mí.

– Capaz más tarde. Ahora no tengo ganas.

Casi se me para el corazón cuando escuche esas palabras. Acuérdense que la cocaína te acelera a diez mil revoluciones por segundo.

– Dale, boluda. Mirá como la tengo.

– La otra vez la tenías igual, y después me morí de hambre.

– ¡¿Qué onda?! ¡Te coges al gil este y a mí me vas a dejar con la ganas!  – Le grité fuera de mis cabales y la agarré de la muñeca – Mirá, tocala. En tu vida vas a ver un pedazo así.

– ¡Soltame, hijo de puta!

Miriam me empujó hacia atrás y se dirigió al pilón de ropa. Estaba asustada y el alcohol y la cocaína que tenía encima no le estaban ayudando a mantener la calma.

– Baja un cambio, mi amor; te está pegando mal – Acotó Isidoro mientras se rascaba las pelotas.

– Vos callate garca, que todo esto es tu culpa- Le contesté furioso. La última que me faltaba es que el mamerto ese me defendiera.

– ¿Y yo que culpa tengo de que seas un virgo que no puede atender ni a una puta como esta?

Esa fue la gota que renvalsó el baso: Sin pensarlo dos veces, me le tiré encima y lo cagué a trompadas. Normalmente Isidoro me la hubiera puesto (Es más grandote y va al gimnasio) pero la «sex machine» me daba mucha fuerza y cuando me quise dar cuenta ya le había dejado la boca toda chocolateada. Entre trompada y trompada, mi compañero escupía pequeños tallarines en un tuco espeso.

– ¡Pará loco! ¡Por favor! – Me suplicaba la par que las lágrimas se le juntaban con la sangre.

Miriam, que ya estaba casi vestida, intentó separarme desesperadamente.

– ¡Estás enfermo! ¡Lo vas a matar!

A esas alturas, todo me chupaba un reverendo huevo. Las ganas de coger se me habían ido hace rato y, en cambio, me invadía una violencia asesina. Tengo que admitir que tanto poder se sentía genial. Siempre fui un acomplejado por tener un físico de mierda y ahora, poder humillar a uno de esos caretas era hermoso.

Sin saber qué hacer, la pelotuda se me tiró encima y mi reacción fue meterle un codazo en la cabeza. Lo siguiente que supe es que cayó seca al suelo y jamás se levantó, pero me chupaba un huevo, yo quería seguir sacándome la bronca.

Un par de trompadas después, Isidoro también se quedó seco. Lo único que se oía en el ambiente era mi respiración ajetreada.  El silencio fue apaciguando mi furia hasta que decidí tomar aire y, tras notar por primera vez que mis manos estaban empapadas en sangre, tomé noción de lo que había hecho. Jamás en mis más locos sueños me creí capaz de algo así ; yo, el tipo por el que nunca nadie había dado dos mangos, se había matado a dos personas a puño limpio. Mi primera reacción fue cagarme de risa. Eran dos garcas, se lo merecían.

Pasaron cinco minutos, capaz treinta o tal vez dos horas. Lo único que atiné a hacer es quedármelos observando sin decir o hacer nada. La «sex machine» se me estaba pasando junto con la merca y comenzaba a plantearme otros posibles problemas… y consecuencias.

 

Ese día falté al laburo (Dije que esta enfermo) y dediqué toda la mañana a limpiar el desastre y a embolsar y guardar los cuerpos en el armario.
Más o menos al mediodía llegó el médico de la empresa y, aprovechando mi antecedente médico, lo chamuyé bastante bien.
A la tarde fui a retirar parte del sueldo al cajero (Me lo acababan de acreditar) y me hice una escapada al consorcio. La vieja que es dueña del edificio no me bancaba mucho, más teniendo a la evangelista concha seca de mi vecina buchoneándole todo lo que hacía (más concretamente lo que leyeron en Las gemelas fantásticas y De Guatemala a Guatepeor), así que me la tuve que fumar cagándome a pedos un buen rato.

De Guatemala a Guatepeor

Llegué solito y en bondi al boliche, pero no importaba; sabía que esa noche la iba a descoser… la concha a alguien.

Arranqué tomándome la consumición y esperé que el lugar se pusiera. Banqué casi por una hora entera y, si bien cayó más gente, nunca llegó a estar como un sábado normal. No era difícil explicar el porqué: Los tres días anteriores también estuvo abierto y, además, muchos aprovecharon el finde largo para irse afuera.

El pop careta trajo al cachengue y ahí arranqué con los primeros tiros: en un principio me acerqué a un grupo de minitas que bailaban entre sí mientras se chupaban un balde de Champagne con Speed. Quise agarrar a la que tenía más cara de fácil, pero me cortó a menos diez. Yo no entiendo…  ¿Para qué mierda va a bailar si no quiere pija? Esas pendejas histéricas son las primeras a las que después les afilan los cuernos.

Atrás había un grupito de dos minas y un chabón. Miré un rato para ver cuál era la suya así me agarraba la otra, pero el forro se hacía el lindo con las dos. Al final, para evitar quilombos, no hice ninguna. Esos pibes son de lo peor: No dejan coger al resto en paz.

Seguí rondando las dos pistas que tiene el boliche, pero se sentía demasiado olor a huevo.

Un salame me volcó la birra en el hombro pero, como estaba de buen humor por lo del otro día, se lo dejé pasar.

Cuando me quise dar cuenta, todas las minas estaban ocupadas. Es curioso como funciona el asunto: Los chabones generalmente nos llevamos mejor entre nosotros que las minas, pero cuando vamos a bailar nos odiamos a muerte.

Tuve que girar, girar y girar hasta que una flaquita apareció en la barra. No era wow, pero iba mucho mejor que las gordas que me suelo garchar. Me la jugué, la invité a tomar y nos quedamos charlando.

Me acuerdo que hace mucho leí un libro que hablaba de tres indicadores de interés que te marcaban cuando una mina estaba con vos: Que te responda las preguntas que le haces, contacto físico y que, después de un rato sin decir nada, ella retome la charla. Si asumimos que es cierto, el asunto con Miriam (De ahora en más la vamos a llamar así) iba joya.

Baile va, baile viene, una vueltita por acá, un movimiento de pies por allá, hasta que finalmente la agarré de atrás y le mordí un poquito el cuello, onda vampiro. Ella no se quejó así que la di vuelta y me la apreté contra la pared.

Media hora después estábamos yendo en tacho a mi casa. Los dos estábamos bastante en pedo y entramos a los gritos, riéndonos de cualquier cosa.

La concha seca de mi vecina evangelista asomó un ojo por la puerta y se me quedó mirando como si me acabara de violar al hijo.  Le dije que se vaya a chupar una buena pija y me metí a mi depto: Era tiempo de hacer gozar a Miriam.

No tardamos mucho en quedarnos en pelotas y ,como buena viciosa que era, empezó a tirarme la piola en mi sillón mientras me fumaba un puchito. Se sentía bien, pero ni a palos se acercaba a la fiesta con Carla y Dominique. Era como comparar una serie de televisión con una película.

Después de un rato la tiré contra el piso le empecé a entrar, sumamente sacado. Estaba seguro que la iba a dejar renga, sin embargo, apenas soltó sonido alguno ¡Estaba pasando de nuevo! La mina estaba haciendo el mejor esfuerzo para que no se note su embole. Cambié de posición para ver si mejoraba, pero nada. No había rastros de la «sex machine» por ningún lado.

Lo peor de todo fue que me puse tan nervioso que se me murió la chota. La muchacha le puso ganas y le dio respiración boca a boca, pero no hubo caso. Pocas veces vi esa cara de decepción en una mujer… No me podía estar pasando eso. Me puse tan mal  que, de alguna manera, hice que todo el departamento empezara a temblar; a diferencia del «estrés asesino», las cosas no volaban ni se rompían, sino que creé una suerte de mini terremoto.