Miriam apareció en mi puerta un poco más sencilla que la última vez que la vi; se notaba que no me consideraba una razón importante para matarse produciéndose. Si bien fue un golpecito para mi ego, en un rato nada de eso iba a importar: Le iba a abrir las patas como a un pollo crudo y la iba a cocinar a fuego lento.
Rápidamente nos pusimos a escaviar y la cosa volvió a ser tal y como la habíamos dejado. Sin embargo, esta vez chupó de más y soltó algunas verdades incómodas: Hacía dos meses que se había separado (Obviamente por cornuda) y desde entonces nadie se la había podido coger bien. Su ex, aunque era un hijo de puta, tenía flor de pedazo y le dejaba la concha más mojada que un tsunami.
Mientras a ella se le hacía agua la boca recordando los polvos del pasado, yo me acordaba de como había dejado a ese pobre trava. Esta hija de puta no sabía la noche que le esperaba…
Aguanté el momento justo y saqué la vitamina. Miriam se recontra entusiasmó y se la aspiró toda (No era mucha). En ese momento supe que estaba verdaderamente jodido: Por un lado, tenía que lucirme con esta hija de puta y por el otro, acababa de perder mi única posibilidad de usar la «sex machine».
Me hice el pelotudo lo mejor que pude y mientras ella se empezaba a rosquear, yo me encerré en el baño con el celu y llamé a Isidoro.
– Es una urgencia. Necesito merca ya – Le pedí sin tapujos, casi exigiéndoselo.
– ¿Qué me viste, cara de supermercado?
– Dale, boludo. Tengo a una mina acá en casa y necesito vitamina para garchámela.
– ¿Está buena? – Preguntó interesado.
Era claro que si no sacaba algún rédito, no iba a mover un solo dedo para ayudarme. Fue duro y me dio por el forro de las pelotas, pero quedamos en que si me traía la merca le entrabamos entre los dos.
Salí del baño y volví a charlar con Miriam. Tenía media hora, más o menos, para convencerla del trío.
– ¿Y? ¿Alguna fantasía?
– ¿Cómo qué?
– No sé, qué sé yo… Cogerte dos tipos, ponele.
Se tomó algunos segundos para pensarlo.
– Prefiero un buen negro. Dicen que la tienen re gruesa…
Créanme que consideré como una opción válida pintarme con un carbón.
Seguí metiéndole fichas una y otra y otra y otra vez sin resultado, hasta que finalmente sonó el timbre.
– ¿Esperas a alguien? – Preguntó con un dejo de desconfianza, mirándome como si fuera alguien peligroso. Desde hacía rato mi insistencia ya le resultaba sospechosa.
No supe que contestar, así que no dije nada. Simplemente me limité a abrirle a Isidoro por el portero eléctrico.
Como pasa a veces, la merca hizo que Miriam se persiga y no saben cómo… De golpe flasheó que la quería para trata de blancas o para robarle lo órganos.
– ¡Abrime! – Gritaba desesperada.
– Cálmate, estás tirando cualquiera – Le respondí también un poco nervioso.
Pasara lo que pasara, no podía perderme ese polvo: Un buen garche en buena ley era todo lo que necesitaba para cambiar definitivamente mi racha.
Cuando todo parecía perdido, Isidoro abrió la puerta. Al principio fue incómodo, pero mi compañero supo como llevarla. Hay que reconocer que el hijo de re mil puta tenía muy buen chamuyo.
Copa va, copa viene y los dos se pusieron a apretar en mi sillón. La verdad que no me gustó ver como ese buitre atacaba mi comida, pero necesitaba activar sí o sí.
Agarré la vitamina, me encerré en el baño y así como vino me la clavé. Creo que nunca había tomado tanta y tan de golpe, pero la situación lo requería.
Lo que pasó después fue indescriptible ¿Se acuerdan la fuerza que saqué cuando me cogí a Carla y a Monique? Bueno, imagínensela ¡Por diez! Para empezar, la verga se me puso dura y rígida como un mástil; tanto que el pantalón apenas podía contenerla. Además, el cuerpo no me paraba de temblar y me chorreaba la baba. Aquel día me podría haber garchado un hipopótamo si hubiera querido.
Fui corriendo de vuelta al comedor con la pija al aire y me encontré con que Isidoro ya se la estaba cepillando. Quise sumarme a la fiesta pero la hija de puta no me daba bola. Se la metí en la boca, pero me la sacó. Probé hacerle el otro mientras el otro le daba por adelante, pero Isidoro se quejó:
– ¡Dale, forro! ¿Queres espadear? ¡Andá a Amérika! – Me gritó sacado al mismo tiempo que le mordía las gomas.
Aunque cueste creerlo, tuve un momento de lucidez y se me ocurrieron dos posibles caminos: O lo sacaba a patadas y me la violaba o esperaba que termine y le entraba tranquilo. Si la cosa se ponía violenta, lo más probable es que la espantáramos y nos quedaramos sin el pan y sin la torta.
Esperé sentado como un duque inglés (Con la japi parada, venosa y dolorida) mientras veía como Isidoro iba lecheando todo lo que, se suponía, iba a atacar yo después. Pensé en decirle algo, pero como con una duchita rápida se arreglaba, me la guardé.
Cuando finalmente terminaron (¡Ya era hora!), Isidoro se quedó fumando faso en bolas en mi sillón.
– Ahora me toca a mí.
– Capaz más tarde. Ahora no tengo ganas.
Casi se me para el corazón cuando escuche esas palabras. Acuérdense que la cocaína te acelera a diez mil revoluciones por segundo.
– Dale, boluda. Mirá como la tengo.
– La otra vez la tenías igual, y después me morí de hambre.
– ¡¿Qué onda?! ¡Te coges al gil este y a mí me vas a dejar con la ganas! – Le grité fuera de mis cabales y la agarré de la muñeca – Mirá, tocala. En tu vida vas a ver un pedazo así.
– ¡Soltame, hijo de puta!
Miriam me empujó hacia atrás y se dirigió al pilón de ropa. Estaba asustada y el alcohol y la cocaína que tenía encima no le estaban ayudando a mantener la calma.
– Baja un cambio, mi amor; te está pegando mal – Acotó Isidoro mientras se rascaba las pelotas.
– Vos callate garca, que todo esto es tu culpa- Le contesté furioso. La última que me faltaba es que el mamerto ese me defendiera.
– ¿Y yo que culpa tengo de que seas un virgo que no puede atender ni a una puta como esta?
Esa fue la gota que renvalsó el baso: Sin pensarlo dos veces, me le tiré encima y lo cagué a trompadas. Normalmente Isidoro me la hubiera puesto (Es más grandote y va al gimnasio) pero la «sex machine» me daba mucha fuerza y cuando me quise dar cuenta ya le había dejado la boca toda chocolateada. Entre trompada y trompada, mi compañero escupía pequeños tallarines en un tuco espeso.
– ¡Pará loco! ¡Por favor! – Me suplicaba la par que las lágrimas se le juntaban con la sangre.
Miriam, que ya estaba casi vestida, intentó separarme desesperadamente.
– ¡Estás enfermo! ¡Lo vas a matar!
A esas alturas, todo me chupaba un reverendo huevo. Las ganas de coger se me habían ido hace rato y, en cambio, me invadía una violencia asesina. Tengo que admitir que tanto poder se sentía genial. Siempre fui un acomplejado por tener un físico de mierda y ahora, poder humillar a uno de esos caretas era hermoso.
Sin saber qué hacer, la pelotuda se me tiró encima y mi reacción fue meterle un codazo en la cabeza. Lo siguiente que supe es que cayó seca al suelo y jamás se levantó, pero me chupaba un huevo, yo quería seguir sacándome la bronca.
Un par de trompadas después, Isidoro también se quedó seco. Lo único que se oía en el ambiente era mi respiración ajetreada. El silencio fue apaciguando mi furia hasta que decidí tomar aire y, tras notar por primera vez que mis manos estaban empapadas en sangre, tomé noción de lo que había hecho. Jamás en mis más locos sueños me creí capaz de algo así ; yo, el tipo por el que nunca nadie había dado dos mangos, se había matado a dos personas a puño limpio. Mi primera reacción fue cagarme de risa. Eran dos garcas, se lo merecían.
Pasaron cinco minutos, capaz treinta o tal vez dos horas. Lo único que atiné a hacer es quedármelos observando sin decir o hacer nada. La «sex machine» se me estaba pasando junto con la merca y comenzaba a plantearme otros posibles problemas… y consecuencias.
Ese día falté al laburo (Dije que esta enfermo) y dediqué toda la mañana a limpiar el desastre y a embolsar y guardar los cuerpos en el armario.
Más o menos al mediodía llegó el médico de la empresa y, aprovechando mi antecedente médico, lo chamuyé bastante bien.
A la tarde fui a retirar parte del sueldo al cajero (Me lo acababan de acreditar) y me hice una escapada al consorcio. La vieja que es dueña del edificio no me bancaba mucho, más teniendo a la evangelista concha seca de mi vecina buchoneándole todo lo que hacía (más concretamente lo que leyeron en Las gemelas fantásticas y De Guatemala a Guatepeor), así que me la tuve que fumar cagándome a pedos un buen rato.